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Miki Nadal confiesa que estuvo a punto de morir con tres años por beber aguarrás

El cómico quiso imitar a su hermano, que bebía de un botellín de cerveza, agarrando otro que su madre utilizaba para guardar pinceles.

Miki Nadal confiesa que estuvo a punto de morir con tres años por beber aguarrás
Instagram (@nadalmiki).
Sergio Murillo
Nació en Santa Marta de Tormes en 2001 y creció entre Guadalajara y Badajoz. Amante de la literatura, estudió Periodismo en la URJC. Se estrenó como jefe de Cultura en El Generacional. Ha sido corresponsal para El Estilo Libre y conductor de informativos en Cadena COPE. Entró en Diario AS en 2023 como redactor en Actualidad.
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La vida de un niño es lo que ocurre entre trastada y trastada. A uno le cuesta identificarse en aquellas travesuras cuando las trae al presente —he ahí la magia de la infancia— hasta el punto de no creer posible que lo hizo por la total omisión de los factores ajenos al propio hecho, como si cada suceso fuera un mundo en sí mismo. Algo así tuvo que pensar Miki Nadal, que sintetizó estas reflexiones en un conciso: “estuve a punto de morir, claro”.

El humorista ha recordado en el plató de Zapeando una de estas jugarretas que a punto estuvo de convertirse en mortal. Tenía tan solo tres años. “Eran las fiestas de mi pueblo, y mi madre, que pintaba unas ventanas, tenía los pinceles en un botellín de cerveza”, ha iniciado su relato, contextualizando la escena y haciendo hincapié en un detalle, un pequeño gesto, que lo cambió todo: su hermano bebiendo cerveza ante sus ojos. Él quiso imitarle. “Fui a por la botella que tenía mi madre”, dice, terminando de rematar la brutal escena: “bebí aguarrás”.

Desmayo en el ascensor y media hora hasta el hospital

“A partir de ahí no me acuerdo de nada”, recuerda, no en el puro sentido de la palabra, el cómico. “Ni antes tampoco, porque era muy pequeño”, matiza. Hubo que actuar de inmediato para evitar un mal mayor que en este tipo de circunstancias es más que frecuente: “me hicieron un lavado de estómago”.

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Ocurrió todo encontrándose él lejos de la ciudad, de manera que la preocupación aumentó más y más. “Tardé media hora en ir [al hospital] porque vivía en un pueblo”, asevera, y rápidamente hace más trágico el episodio al revelar que no llegó a darse cuenta: “pero ya en el ascensor, que el olor era insoportable, caí”.

Hubo final feliz. “En la habitación ya lo eché todo”, resuelve, acordándose de agradecer “a todos los médicos del hospital Miguel Servet de Zaragoza”. Estaba vivo. Todo había quedado en un cruel susto que nació impulsado por la magia inocente que mueve al niño a beber aguarrás queriendo llevarse un botellín a la boca. En definitiva, a cometer una travesura aun sin quererlo.

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