Las batallas en el desierto
Ancelotti no es perfecto, pero es perfecto para el Real Madrid; un relojero en el fuego
Ancelotti dijo la semana pasada en rueda de prensa que estaba últimamente muy tenso y arisco ante los medios y que necesitaba estar más tranquilo. Que alguien como Ancelotti, la personificación del meme del perro ‘Chill Guy’, diga con luz y taquígrafos que ha de estar más tranquilo me resultó un signo alarmante. A mí me dejó hasta mal cuerpo. Es como si el Dalai Lama o Rick Rubin te dijeran “estoy muy rayado, tío, no me logro sacar un tema de la cabeza”. Asusta un poco.
Ancelotti no es perfecto, pero es perfecto para el Real Madrid. Es un relojero en medio del fuego. Te lo puedes imaginar mirando el mecanismo de su equipo con una lupa y paciencia infinita, ajustando diminutas piezas, mientras todo a su alrededor arde y se desmorona envuelto en llamas y él apenas suda, solo masca sus chicles. Ancelotti es un aliviadero en mitad de la urgencia en la que vive instalado el Real Madrid. Como en ese cuento de Robert Louis Stevenson, cuando el teniente primero irrumpe en el camarote del capitán: “Capitán, el barco se está yendo a pique”. Y este le dice: “Muy bien, pero esa no es razón para andar a medio afeitarse”.
En épocas raras como esta, en las que se duda de todo y el madridismo prácticamente pide la demolición de Valdebebas y echar sal sobre sus cenizas por una derrota, me gusta valorar a Ancelotti. Se ha repetido mucho estos días que esta será su última temporada. Puede que sí, puede que no. Solo hay una certeza: se le echará de menos cuando ya no esté. Por eso a veces miro con una cierta nostalgia preventiva el ahora.
Hace poco estuve leyendo un libro breve, pero deslumbrante. Se llama ‘Las batallas en el desierto’, del mexicano José Emilio Pacheco. El protagonista, un chico en la escuela, se enamora de un amor imposible. Y en un momento dado, atravesado por esta certeza, dice: “Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero”.
Ancelotti, como ese chico protagonista, también tiene que librar sus batallas en el desierto. Cada semana. Batallas contra enemigos imaginarios, peleas imposibles y estériles, desgastes continuos. Sabiendo que en el fondo todo está perdido y que no hay ninguna esperanza. Solo queda luchar en secreto, en silencio. Tranquilo.
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