Jugarse la vida


Podríamos escribir aquí sobre la roja a Cabrera, sobre los tuits del Barcelona, desde el previo al derbi que incitaba a repetir lo sucedido hace dos años al que ensalzaba a un deportista de elite fumando, y encima, en un espacio donde está prohibido. De la educación de algunos de sus jugadores, por momentos más pendientes de insultar al Espanyol (en el césped, el vestuario y los pasillos del RCDE Stadium, incluso más tarde en la Hans Gamper) que de celebrar su título de Liga. Sobre que el único que puso ‘seny’ fue Flick, curiosamente quien menos tiempo lleva en el club azulgrana, lo que lleva a dudar si se ha imbuido de sus valors o aún no se ha dejado emponzoñar. O, por supuesto, sobre la empinada cuesta perica hacia la permanencia.
Pero no. Porque en paralelo al derbi del jueves se produjo una desgracia, por mucho que desde los organismos competentes se intentó minimizar, rozando o traspasando el límite de la desinformación. El atropello masivo a los seguidores del Espanyol que hacían tiempo hasta el inicio del derbi, 28 minutos antes de su pitido inicial, en la confluencia de la Avinguda del Baix Llobregat con la calle Sant Jeroni de Cornellà, mereció desafortunadamente mucha más atención de la que obtuvo. Puede que hasta el punto de que hubiera sido conveniente hasta suspender el partido, siempre y cuando el desalojo no hubiera alimentado un pánico mayor.
“No hay heridos graves”, se aseguró desde la megafonía del RCDE Stadium cuando un aficionado saltó desde la grada del Gol Cornellà con la vana voluntad de rogarle a Joan García que detuviera el juego. En 13 heridos “leves” o “menos graves” cifró el Sistema d’Emergències Mèdiques de la Generalitat el balance de actuación. En el palco del estadio, mientras tanto, se presentaba un despliegue de autoridades inusual para un encuentro del Espanyol: el president de la Generalitat, la consellera de Interior, el conseller de Deportes, el alcalde de Cornellà…
Y, para remacharlo, ya de madrugada el comisario responsable de los Mossos d’Esquadra, Eduard Sallent, dio su impresión en la sala de prensa de que se había tratado “de un hecho fortuito” propio de una conductora que “se sentía acosada” y que intentaba “huir”, a la vez que negaba error alguno en el operativo y aseveraba que se había producido en una vía abierta al tráfico.
Sin embargo, con el paso de las horas, la aparición de vídeos a cada cual más espeluznante, la información extraoficial que ha ido llegando desde el hospital de Bellvitge y, sobre todo, la proliferación de testimonios del atropello, coinciden en negar esta realidad leve que se había descrito. Como si la consigna hubiera sido la del show must go on mientras duraran el derbi y los festejos del campeón liguero. El cual, por cierto, es tan prolífico en sus redes sociales que ni una referencia ha hecho a tan dramático suceso, por mucho que su exposición mediática este viernes durara horas.
Pero el show difícilmente debe continuar cuando, como se ocultó y se ha acabado demostrando, una persona había quedado inconsciente tendida sobre el suelo, junto a un reguero de sangre, con un coágulo en el cerebro que la mantiene crítica en la UCI, un padre de familia de 41 años que el viernes por la mañana se debatió seriamente entre la vida y la muerte. Cuando eran 17 y no 13 los heridos, y de diversa consideración, no tan solo leves o contusionados. Sin contar los que habían podido quedar en ‘shock’ por presenciar tamaña imprudencia.

Menos aún debe minimizarse, respetando como es lógico la presunción de inocencia, el papel temerario, casi homicida, de una conductora que tras encontrarse en la salida hacia una avenida ocupada por miles de personas, optó por avanzar, llevándose por delante primero a una aficionada y que después, durante al menos 20 metros, arrolló a todo aquel que se cruzó en su camino. Una victimización que acaba culpabilizando, maquiavélicamente, a los damnificados por el atropello.
Y que tampoco debe ocultar la otra presunta negligencia: la de un dispositivo que permite la irrupción de un coche en una zona habilitada para la aglomeración de personas -en un partido de alto riesgo y en un país y que sigue en un nivel 4 sobre 5 de alerta antiterrorista-, inmediatamente después del arrollamiento, tiene como primera reacción la de cargar contra las verdaderas víctimas.
Son todavía muchas las explicaciones que se deben exigir a todos los organismos y entidades responsables de un operativo que no evitó una desgracia, la cual ha podido (y aún puede, tristemente) revestir mayores consecuencias, y que coartó a la ciudadanía su derecho a la información.

A menudo se dice, en el hiperbólico lenguaje deportivo, que tal o cual equipo se juegan la vida cuando, como sucedía el jueves con Espanyol y Barcelona, en liza estaban la permanencia en Primera o el título de Liga. Pero esta vez es literal. Muchos ánimos a las personas heridas y sus allegados.
¡Tus opiniones importan! Comenta en los artículos y suscríbete gratis a nuestra newsletter y a las alertas informativas en la App o el canal de WhatsApp. ¿Buscas licenciar contenido? Haz clic aquí
Rellene su nombre y apellidos para comentar
Tu opinión se publicará con nombres y apellidos