Golf | Masters de Augusta

El libro de Langer en el Masters se cierra con un final cruel

Un bogey en el último hoyo deja al alemán, dos veces campeón, fuera del corte en su última aparición tras 41 ediciones jugadas.

El libro de Langer en el Masters se cierra con un final cruel
MICHAEL REAVES | AFP
Jorge Noguera
Nació en Madrid en 1995. Doble grado en Periodismo y Audiovisuales por la Rey Juan Carlos. Un privilegiado, hace lo que siempre quiso hacer. Entró en AS en 2017 y se quedó. Salvo un paréntesis en Actualidad, siempre en Más Deporte. Allí ha escrito sobre todo de rugby, golf y tenis. Ha cubierto el British Open, la Copa Davis o el Mutua Madrid Open.
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El golf siempre encuentra nuevas formas de crueldad. Pocas como la que le istró este viernes a Bernhard Langer. Si fuera una persona, sería de las que no respetan nada. Solo así se explica que la 41ª y última aparición del alemán en el Masters, torneo que ganó en 1985 y de nuevo en 1993, que jugó 27 veces seguidas entre 1984 y 2010, acabara con un final como el que se vivió este viernes en el Augusta National.

Tras jugar 17 hoyos de la segunda vuelta virtualmente dentro del corte, su putt para par en el 18, un hoyo de unos 425 metros que a sus 67 años le exige jugar una madera a green, se paseó por el borde del agujero sin entrar. La reacción en a sala de prensa del club fue parecida a la que habría tenido lugar si al alemán le hubiera dado un ataque al corazón en el medio del green. De tragedia.

Con Langer se va otro trozo de la generación de Seve Ballesteros, que el pasado miércoles habría cumplido 68 años, los mismos que hará en agosto el alemán de Anhausen, un prodigio de longevidad competitiva que el golf lleva más de una década tratando de explicarse, y que él a menudo resume en una fórmula sencilla: mantenerse activo. Le ha valido para ganar 47 veces, bastantes más que el siguiente más laureado, en el Champions Tour, el circuito de veteranos. Antes ganó tres torneos del PGA y 42 en el DP World Tour, además de formar parte del equipo europeo de la Ryder en 11 ocasiones, con seis victorias.

Méritos suficientes para que el presidente del club, Fred Ridley, acudiera a recibirle al green del 18 al término de su última vuelta en el torneo del que, el tiempo lo dirá, podría seguir formando parte como protagonista de la salida honoraria cuando falten Jack Nicklaus, Gary Player o Tom Watson, los titulares de esa tradición actualmente.

“He estado a punto de llorar, pero entonces he pensado para mí mismo ‘venga, mantén la compostura, aún te queda golf por jugar’. Ni siquiera sabía si el bogey me iba a costar el corte, porque con el viento que estaba haciendo pensaba que igual el +3 podía entrar, pero no tiene pinta (finalmente no sirvió). Tengo grandísimas memorias en este campo. Me enamoré de él inmediatamente cuando jugué mi primera vuelta, y tuve la suerte de ganarlo dos veces y poder volver durante muchos años. Tener a mi hijo de caddie esta vez ha sido un bonus", narró.

“Ni remotamente. El golf no era nada en Alemania entonces. Y cuando empecé a ejercer de profesor, pensaba que eso sería el resto de mi vida. En esos tres años y medio me convertí en un buen jugador, y pensé ‘bueno, quizá debería probar en el European Tour un par de años y ver si puedo ganarme la vida’. Y el resto ya lo saben. Pero realmente no tenía ni idea de que acabaría jugando en América, viviendo en América, casándome en América y criando a mis hijos en América. Ni que ganaría el mayor torneo del mundo y todo lo demás. Es un cuento de hadas realmente”, valoró una carrera que pudo no ser tal.

Cruzó el Atlántico como un desconocido para el gran público norteamericano y este domingo recabó ovaciones casi en cada hoyo: “Creo que los patronos (como se denomina a los espectadores en Augusta) han podido conocerme mejor con el paso de los años. Antes solo se invitaba a un europeo al torneo. Tenías que ganar la Orden de Mérito para entrar. Después llegó el ranking mundial y se abrió a más jugadores de todo el planeta. ¿Cómo me recordarán? Espero que como un buen golfista, pero también como un hombre de fe y familiar, y alguien que trató bien a la gente y fue un buen modelo de conducta".

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Lo cierto es que, aunque la distancia de Augusta ya se le haga bola, estos dos días ha ganado a jugadores como Brooks Koepka, Adam Scott, Will Zalatoris, Taylor Pendrith o Sepp Straka, algunos de ellos grandes pegadores. ¿Por qué lo deja entonces? “Adoro el golf, pero también adoro competir. Quiero estar en la pomada, arriba en la tabla. Quiero tener la oportunidad de ganar. Y en este campo, eso ya no ocurre. Quizá pase el corte si juego muy bien, pero juego palos muy largos a green, y así no puedo frenar la bola como quiero. Es un campo diseñado para jugar hierros medios y cortos, porque los greenes son muy severos. Lo que hago ahora no está en mi ADN”. Y así, con la humildad suficiente para saber reconocer que su tiempo acabó, una cualidad no demasiado común entre los deportistas de élite, se va uno de los europeos que ocupará para siempre un lugar especial en la historia de Augusta.

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