Una afición de Champions, un equipo de Segunda y un club del TBO

El Sevilla está virtualmente salvado tras su victoria sobre Las Palmas, aunque viendo las cosas que le pasan a este equipo más vale andarse con pies de plomo, como bien dijo Suso. El gaditano, como se demostró en la noche del martes, es el último estertor de grandeza de los últimos 20 años que queda en una plantilla de Segunda a la que levantó y salvó de la gestión dantesca de sus dirigentes una grada de Champions.

Porque ninguno de los futbolistas que pisaron el césped vestidos de blanco fueron mejores que sus homólogos canarios. La diferencia estuvo en una grada que apretó como en las grandes noches europeas y que hizo hincar la rodilla a colosos como la Juventus o el United hace dos telediarios o abrir las puertas de la gloria hace dos décadas contra el Schalke. Un capitán publicando una foto en sus redes sociales y en menos de 24 horas la Bombonera de Nervión latía teñida de rojo sangre recordando que ‘los de colorao’ son los suyos y siempre lo serán. Si lo llega a anunciar el club con una semana de antelación van de rojo hasta los policías...

Pero la afición del Sevilla es soberana como pocas y por supuesto que provoca felicidad esquivar, virtualmente, un descenso de categoría, pero la situación es insoportable. No hubo momentos para el festejo. Pitó Martínez Munuera y la retahíla de cánticos contra el palco volvió a tronar en el barrio de Nervión. Dentro y fuera del campo, donde también fue reprendido el ex presidente Del Nido Benavente, cuya cuota de culpabilidad en lo que ocurre hoy día no es ni mucho menos pequeña. Cuando en tu casa no te quieren y en la del eterno rival te aplauden...

La directiva, mientras, siguió escarbando en su cueva. Ni el presidente ni el director deportivo acudieron al estadio en el autobús de su equipo. La mentira de que la Policía recomendaba a los directivos evitar las apariciones públicas tuvo las patitas tan cortas como el tiempo que tardaron las propias fuerzas de seguridad del estado de desmentirlo. Eso sí, la inversión en seguridad privada para evitar que nadie se saltara al césped, algo que nadie iba a hacer, fue desorbitada, pero cuando se hace bandera del autoengaño se hace hasta las últimas consecuencias.

Si el presidente realizó la bravuconada de renovar a García Pimienta al segundo telediario ante un vestuario atónito, esta vez tuvo la oportunidad de despedir a Víctor Orta por la dantesca plantilla perpetrada. Pero en el club todos están contentos. O eso dicen ellos mientras los trabajadores a los que de verdad les duele su equipo sufren al ver como el pan de su casa está en manos de Lokonga, Antonetti o Marcao.

Porque la plantilla del Sevilla es para bajar a Segunda y llevar descendida más o menos el mismo tiempo que el Valladolid. Porque al Sevilla, virtualmente, lo ha salvado un malagueño que estudiaba en Estados Unidos y que vino para el Sevilla C, mientras que los delanteros fichados por el director deportivo acumulan cero goles. La gestión es tan delirante que hasta se ha estado dispuesto a quemar a un símbolo como Joaquín Caparrós, al que más le valdría dejar las bromitas en sala de prensa y zona mixta para la intimidad, en pos de acallar a la grada y seguir disfrutando de los sueldos de presidentes de multinacionales a costa de ni siquiera aparecer por el palco en los partidos del filial. Pero al sevillismo no lo calla ni Dios y, mucho menos, gente tan pobre que lo único que tiene es dinero.

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