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Los Lakers, ¿y ahora qué?

La defensa de Doncic, la falta de juego interior y el desgaste físico acaban con el equipo angelino, que no cumple las expectativas y pone rumbo a un largo verano.

Apr 30, 2025; Los Angeles, California, USA; Los Angeles Lakers forward LeBron James (23) reacts during the first half in game five of first round for the 2025 NBA Playoffs at Crypto.com Arena. Mandatory Credit: Gary A. Vasquez-Imagn Images
Alberto Clemente
Alberto Clemente es licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Empezó su andadura en el periodismo en Cadena SER, donde estuvo de mayo de 2018 a enero de 2019, desempeñando sus funciones en la web, dentro de la sección de deportes. Tras dicha estancia, pasó a formar parte de As, siendo parte de la sección de baloncesto.
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Los Lakers dicen adiós a la temporada de los sueños convertidos en pesadillas. El traspaso de Luka Doncic permitió a la franquicia de púrpura y oro de volver a presumir de ser el mercado más grande y cautivador del planeta. Pero las ínfulas de victoria que entonces se apoderaron de la cabeza y los corazones de los aficionados se han quedado por el camino. Los Timberwolves han sido un rival demasiado grande para las cansadas piernas de una plantilla incompleta, corta y carente de profundidad o de alternativas. Algo que ya se anunció cuando se adquirió al esloveno y que se ha puesto en relieve en una primera ronda que ha tenido el nivel de unas finales de Conferencia. Pero así es el Oeste: loco, taquicárdico y con el factor suerte de lo que te puede tocar antes de lo que te gustaría. Aunque para ganar hay que acabar con todos. Es lo que hay.

Se acabó, se mire por donde se mire, una temporada histórica, la de ese movimiento que sacudió los cimientos de la NBA, juntando al activo más importante de la competición norteamericana con el mercado más grande de la misma. La que dejó a Nico Harrison en el dique seco y a los Mavericks destruidos en lo moral y en lo espiritual. Y la que permitió a los Lakers tener un futuro, aunque todavía no un presente. La pérdida de efectivos en el juego interior (Anthony Davis, Max Christie...) durante el traspaso unido al sainete que trajo, pero al final no, a Mark Williams, supuso una losa enorme que los angelinos consiguieron disimular en la regular season, pero que ha sido imposible de tapar en la serie ante los Timberwolves, que tuvieron desde el principio muy claro tanto el estilo como el discurso: tenían más centímetros. Jaden McDaniels y Naz Reid se hincharon en el primer partido, mientras que Rudy Gobert escondió sus carencias y Julius Randle consiguió asemejarse a un buen jugador de baloncesto. Anthony Edwards, claro, hizo el resto.

Los Lakers no tuvieron recursos porque la realidad es que de donde no hay no se puede sacar. JJ Redick demostró ser mejor entrenador durante la temporada (50 victorias, tercer puesto del Oeste, buena gestión de egos y capacidad para compatibilizar a Doncic y LeBron), que en playoffs, donde tuvo que sucumbir a la realidad manifiesta de que no tenía piezas para competir ante un equipo que, sencillamente, fue mejor. Lo intentó todo y en el cuarto partido no hizo ni un sólo cambio en la segunda mitad. Polémica al margen, sus estrellas llegaron exhaustas. Pero tampoco puedes hacer mucho más: Jaxson Hayes no puede jugar partidos de semejante envergadura, Rui Hachimura es demasiado intermitente y por dentro puedes ir hasta que te ves obligado, por cansancio o organigrama del rival, a lanzar mucho de fuera. El elemento diferenciador ha sido el nivel de Austin Reaves (16 puntos por partido en la serie, superando apenas el 30% en triples), muy por debajo de lo esperado. El escolta se vio superado por las circunstancias y no pudo en ningún emparejamiento. Y eso penalizó mucho a un equipo que le necesitaba para ganar. No fue su culpa, pero tampoco fue la solución. Especialmente cuando eso era lo que más necesitaban los Lakers: soluciones.

La palabra fracaso es relativa para estos casos. Quizá las expectativas generadas eran demasiado grandes, pero la realidad es que, menos el primer partido, los Lakers pudieron ganar el resto. Lo hicieron en el segundo a pesar de especular más de la cuenta, pelearon contra viento y marea en el tercero a pesar de que Doncic jugó enfermo (empate a 103 antes del 13-1 de parcial final) y perdieron por una canasta el cuarto, con mucha polémica y esas tomas de Instant Replay que invitan más al subjetivismo que a la justicia deportiva. Tampoco es que fuera un escándalo: en playoffs pasan, y siempre han pasado, este tipo de cosas. Los Wolves defendieron de forma muy física, dieron palos hasta la saciedad (es su estilo y es muy respetable), lo llevaron todo al límite y limitaron las asistencias de Doncic (más de 8 en la fase regular, 5,8 en playoffs), una variable que les permitió inclinar la balanza y que impidió, en algunas ocasiones, que la intendencia de los Lakers no se involucrara tanto como se esperaba. El esloveno, al que le gusta jugar por encima del aro, no tiene a quién darle el balón por arriba. Pero muchos tiros liberados no entraron y eso hizo que los angelinos estuvieran demasiado tiempo a remolque. Y así, claro, funcionan peor.

Una eliminación temprana

La realidad es que los Lakers, por muchas ínfulas de grandeza que tuvieran entre marzo y abril, no eran favoritos al anillo. Pero también que esperaban pasar más rondas de las que han pasado, que ha sido ninguna. El Oeste es una locura y los Wolves un rival de entidad que fue finalista de Conferencia el año pasado y mantenía el bloque que le llevó hasta esa ronda, siendo la primera vez que la pisaba desde 2004, la segunda en su historia. Volvió el espíritu de Kevin Garnett, pero también se cruzaron con Luka Doncic. Eso sí, como la venganza es un plato que se sirve frío, se han vengado de la estrella eslovena. Sin Karl-Anthony Towns, traspasado a inicios de temporada por temas contractuales por el imberbe Randle. Y con un año más de Mike Conley, que camino de los 38 años sostiene espiritualmente la plantilla, es una extensión de Chris Finch en pista y hace gala de una sapiencia sempiterna, demostrando ser un jugador que no todo el mundo tiene en cuenta y que, al mismo tiempo, todo el mundo quiere en su equipo. Contra todo eso se enfrentaban los Lakers. Y no pudieron.

Los Timberwolves acabaron mal la temporada, pero lograron 17 victorias en los últimos 21 partidos de la fase regular para evitar el play in, esa especie de previa en forma de repesca que la NBA, con Adam Silver a la cabeza, creó con la pandemia del coronavirus y que llegó para quedarse. La última jornada les sirvió para alcanzar el sexto puesto y encuadrarse con los Lakers, aunque la sensación es que les daba absolutamente igual cuál fuera el rival. Les da igual todo: son la revolución personificada, la desvergüenza supina. Y parece que no se cansan nunca: corren y lo siguen haciendo, se llevan la mano al lugar del dolor pero se les pasa en un santiamén, defienden como jabatos y atacan aprovechando sus virtudes con la finura de Finch, que ha demostrado ser un gran entrenador por dos cosas: por sacar lo mejor de su plantilla y porque nadie hable de él. Y eso parece lo mejor en una competición con una exposición pública brutal que esquiva el técnico con mucha sabiduría. Consiguiendo que, siempre, sean los jugadores los protagonistas. Para bien y para mal.

Y luego está Anthony Edwards, claro. La transgresión, el cambio generacional; pero también la ambigüedad y la ambivalencia. O lo quieres o lo odias, aunque casi todo el mundo fuera de Minnesota se incline por lo segundo. Y es normal: pero a él no le importa. No para de hablar ni de anotar, es un filón, un líder absoluto en su franquicia y en su cuidad y una estrella cuyo techo puede ser generacional si no fuera por su suelo emocional, con salidas de tono constantes y exhibiciones por doquier. Un talento directamente proporcional a su mala cabeza, pero un jugador inequívocamente legendario, que tras los desmanes de inicios de temporada se centró para promediar 27,6 puntos (el tope de su carrera), 5,7 rebotes y 4,5 asistencias. Nada ni nadie puede con él y no le puedes dar por derrotado hasta que lo está. Y sigue vivo, más que nunca, tras reafirmarse como la mejor parte del personaje que es. Consiguiendo sacar de quicio a los Lakers en la pista y fuera de ella. Con el balón en juego, y parado. Con todo por decidir y con todo decidido. Pura esencia de alguien que juega al baloncesto como se hacía antes: como dicen los cánones. Protestando, posteando, con la media distancia y la suspensión, sin renunciar al triple pero tampoco a la zona. Una máquina de matar total.

Probablemente, el futuro de los Wolves dependa de lo que decida hacer Edwards. No de su permanencia o no en el equipo (aunque a inicios de curso amenazara con salir), sino por el comportamiento que quiera tener en el futuro. Su actuación en el cuarto asalto ante los Lakers (43 puntos, 16 en el último cuarto) fue de esas que demuestra la clase de profesional que es: resolviendo cuando hay que hacerlo, cuando más aprieta el rival acuciado por la necesidad. Ahí es donde aparecen los más grandes, para resolver cuando hay que hacerlo. Cuando las muñecas de los demás estuvieron frías, las de Edwards estuvieron calientes. Cuando las cabezas estaban calientes, el escolta la mantuvo fría. Con una resiliencia física espectacular (recibió varios golpes con amago de lesión, pero resistió), parece estar destinado a dominar o a morir por el camino. Pero, desde luego, no a cambiar: eso no va con él. Ya veremos donde llegan los Timberwolves en estos playoffs. Se enfrentarán, a priori, a los Warriors en semifinales. Otro duelo ante jugadores históricos (Stephen Curry a la cabeza) de los que le gustan a un jugador que sale muy reforzado tras liderar la eliminación de LeBron, Doncic y compañía.

Los Lakers, ¿y ahora qué?

La pregunta del millón. Nadie en la franquicia ha dado un mensaje alarmante ni positivo y el único que puede tener algo de prisa es LeBron, cuyos malos ratos caben en la caja de zapatos donde guarda el porvenir. El Rey, imperecedero, ha sido de los mejores jugadores de los Lakers durante la temporada regular, donde el único atisbo de senectud ha sido el hecho de haber bajado de los 25 puntos por partido para promediar 24,4, con 7,8 rebotes y 8,2 asistencias en su 22ª temporada en la NBA y con 40 años ya cumplidos. Ese es el problema: que el tiempo se acaba incluso para el hombre sin tiempo, los récords de longevidad son un hecho incuestionable y los topes y hazañas se repiten. Ya se avisó que el traspaso de Doncic podía hacer que LeBron continuara todavía más tiempo en activo y el jugador aseguró a inicios de curso que le quedaban al menos uno o dos años más, que pueden ser más tras adquirir al esloveno. Pero, ¿hasta cuándo durará la carrera de la estrella?

Probablemente, todo dependa de los movimientos que hagan los Lakers para reforzar la plantilla de cara al futuro cercano. Rob Pelinka ya fue renovado y JJ Redick seguirá, salvo sorpresa mayúscula, en el cargo al ser sus conclusiones más positivas que negativas y a pesar de sus rotaciones y de que la serie se le ha quedado algo grande. Pero el equipo ya es de Doncic, por mucho que haya varios momentos en pista en los que el más destacado siga siendo LeBron. Eso sí, el esloveno ha sido muy criticado por su capacidad defensiva en la serie y es mucha ya la gente que exige un mayor compromiso del base pensando en el futuro. Con el traspaso sísmico, que tuvo consecuencias casi culturales en la NBA, los Lakers entregaban las llaves de su franquicia a un jugador de 26 años que tiene una década de baloncesto por delante y es un talento generacional capaz, a priori, de dar anillos a sus equipos. En sus primeras temporadas con los Mavericks llevó a un mercado pequeño a unas finales de Conferencia y a una Finales de la NBA. El destino era suyo. Pero Nico Harrison (al que ahora hay gente que le da la razón, ironías del destino) prefirió otra cosa. Y el retorno de Doncic a Dallas dejó bien claro el peso emocional que el base tenía en el sitio al que pertenecía y en el que de alguna manera seguirá presente. Por los siglos de los siglos.

La posición subalterna que LeBron ya ha ido desarrollando continuará y los síntomas de la edad se ven en determinados momentos, pero decir que el Rey no es el de hace unos años no significa que nos continúe formando parte de la élite de la competición. Al fin y al cabo, se ha ido a 25,4 puntos, 9 rebotes, 5,6 asistencias, 2 robos y 1,8 tapones ante los Wolves, con un 49% en tiros de campo y superando el 35% en triples. Por lo tanto, será también la decisión sobre el tiempo que quiera continuar lo que marcará el destino de los Lakers. La temporada que viene tiene una player option de más de 50 millones de dólares que seguramente ejecutará. Y, si sigue a este nivel, será un complemento fabuloso para Doncic, tanto en la pista como fuera de ella. Sólo falta por ver qué contrato tendrá el esloveno a partir de ahora y cuanto espacio salarial les quedará a los angelinos para hacer movimientos y, por ejemplo, recuperar ese juego interior que tanto han echado de menos en la eliminatoria frente a los Timberwolves.

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Y luego está Doncic, claro. La próxima gran figura, un activo poderosísimo y también un jugador de claroscuros, casado con el destino pero criticado en ciertos aspectos que han sonado a excusa en el caso de los Mavericks pero que serán importantes para valorar su figura en los próximos años y que han vuelto a salir a la luz tras la eliminación angelina. Excepto en el partido de la gripe, ha estado bien en ataque, promediando más de 30 puntos en los 5 partidos. Pero tendrá que cuidarse todo lo que pueda para poder seguir siendo parte del Olimpo el máximo tiempo posible. La historia dice que los malos hábitos perjudican incluso a las más grandes estrellas del deporte. Y Doncic, si los tiene, estará encargado de hacerlo. El entorno es el ideal para ello, con una franquicia enorme y un LeBron que puede tutelar sus comportamientos en caso de ser necesario. Pero si quiere ser el referente de una de las organizaciones deportivas más grandes de la historia, tendrá que estar a la altura de la historia. De momento y a pesar de la derrota, le han recibido con los brazos abiertos. Y así está el tema: los Lakers dicen adiós a la temporada, sí. Pero también saludan el advenimiento de una nueva era. La intención, al menos, es que así sea.

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